“Escribir crónicas es un oficio de obsesiones”

“Las historias reales también pueden tener la ambición de la literatura”, aseguró el director de Revista Anfibia, Cristian Alarcón, en su tenaz defensa de la escritura de no ficción. Esa es la bandera que plantó este viernes y sábado en “Modernos, sagaces y anfibios”, la primera clínica intensiva de Periodismo Narrativo que organizó la carrera de Periodismo en ETER.

El aula
Voces se llenó de caras nuevas, profesores y estudiantes de distintas carreras. Eran más de cuarenta los bancos ocupados. Delante de ellos estaba Cristian Alarcón que además de fundar medios periodísticos y escribir en diarios y revistas, dictó talleres de crónica en varios países de Latinoamérica. “Este es un oficio de obsesiones. Es perfecto para mí, obsesivo como soy. No podría estar acá si no tuviera una camisa limpia y planchada”, bromeó.
Personajes, territorios, temas y conflictos. El fin de la pirámide invertida y la adopción del “círculo dinámico de la información”. Quedó claro que para el futuro de la profesión no bastará con un simple relato; lo importante será saber contar historias. El periodista chileno marcó a Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, como un momento de ruptura del pacto con el lector. En otras palabras, la novela del siglo XIX se vio en crisis cuando lo real comenzó a disputar el sentido. “Es la novedad de los últimos quince años”, explicó.

Alarcón llamó “Las máximas de Merceditas” a algunas de sus estrategias para generar textos eficientes y vínculos estrechos con los lectores. Para cimentar su teoría, se basó en dos libros narrados con impronta periodística para delinear, en torno a los autores, la figura de un verdadero cronista: El adversario de Emmanuel Carrére y La tumba de Lenin de David Remnick. El primero es una investigación sobre un hombre que asesinó a toda su familia y el segundo, un retrato del período histórico de la caída de la Unión Soviética.

Algunos de los asistentes vinieron de lejos: Formosa, Rosario, Viedma, Río Cuarto, entre otros lugares de residencia. Ellos no quisieron perderse estos encuentros intensivos, y aunque no todos se dedican al periodismo sí tienen un hecho real que quieren contar. En un clima descontracturado, y ya en confianza, se compartieron los temas en los que vienen trabajando.
“De acá saldrá una nueva gran crónica”, aseguró Alarcón al escuchar y aconsejar sobre los proyectos en marcha de los asistentes: una autobiografía contada desde la historia familiar, una investigación acerca del caso de Luciano Arruga y una crónica acerca de la muerte de ciervos en la provincia de Corrientes, entre otros.

Alarcón no concluyó el último encuentro sin una devolución para cada uno de los asistentes. Para alentarlos, compartió las inquietudes que tuvo en sus propias investigaciones. Hizo un recorrido por su experiencia y contó detalles del detrás de escena:
“Sean auténticos. A la villa yo no iba vestido de traje, pero tampoco de pibe chorro”, aconsejó el autor de los libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, de 2003, y Si me querés, quereme transa, de 2010.

“Los miré a cada uno a los ojos y sentí que todos estábamos acá. ¿Se dieron cuenta que no se usaron celulares en estas seis horas?”, se alegró Alarcón, y todos estallaron en aplausos y agradecimientos. Para el final quedó la improvisada ceremonia de entrega de diplomas y la foto final del encuentro. Con cierta nostalgia por el final, muchos nos fuimos pensando que menos mal que aún quedan dos clínicas intensivas más de Periodismo Narrativo. En agosto viene Hernán Casciari y, en septiembre, Leila Guerriero.

¡Hasta entonces!